A David Byrne no le tranquilizan las mismas ceremonias que con frecuencia secundamos muchos como vía para sentirnos ‘auténticos’. La palabra autenticidad es peligrosa, advierte —y yo le creo— porque siempre terminamos considerando, con cierta perversidad, que lo auténtico es mío y no tuyo. Si somos distintos y sólo a una parte de nosotros se le consiente la pureza, los demás que sostienen lo mismo están mintiendo.

Cuando a Byrne —66 años, una creatividad desmelenada, gran prestigio intelectual y magnífica forma física— le sirven un phô vietnamita y escucha en los altavoces del restaurante lo que hemos dado en llamar ‘world music’, pide que por favor los responsables del local le revelen la identidad del productor y los músicos. El 80 por ciento de los encuestados no lo sabe ni les importa. “Está bien: la sopa no necesita ser cosmopolita y mi digestión tampoco”, responde Byrne.

Escucha aquí el playlist que acompaña esta nota:

“Odio la world music”, escribió Byrne en un muy polémico artículo de opinión sobre la extremista creencia de que lo étnico es bueno por sí mismo, sobre todo si ha sido triturado a partir de cinco o seis ingredientes. ¿Mezclamos cumbia con voces búlgaras?, ¿corridos norteños con música tribal tailandesa?, ¿es mejor el flamenco cuando el cante lo pone un yonqui con el alma tan rota como sus venas?… ¿Es así de simple: agitar un cóctel de elementos dispares y establecer un canon obligatorio de exotismo para superar la mediocridad?, ¿por qué, por otra parte, los nativos han abandonado la vestimenta tradicional y exótica de colorido plumaje para llevar unos Levi’s —que les sientan mejor que a nosotros—?.

Creador de primera fila y paleta dilatada (músico, coreógrafo, escritor —el ensayo vivencial Cómo funciona la música es una de las curas de humildad más drásticas de una estrella del pop-rock y una vivisección de cómo el negocio y los negociantes han podrido la música—, videógrafo, cineasta, artista plástico, performer…), amigo y colaborador de la alta cultura occidental y activista social, David Byrne es también, he ahí la eterna justicia que llega de la mano de las paradojas, uno de los mayores promotores de la música étnica, la misma que afronta con pies de plomo.

Con la discográfica de sede neoyorquina pero andamiaje universal Luaka Bop montó en 1998 un vehículo de descubrimiento en Occidente de los arrebatos psicodélicos del brasileño Tom Zé, los lamentos de la cantora de la negritud peruana Susana Baca, el funk seductor del empresario nigeriano William Onyeabor, el gangsta loco de Río de Janeiro de Tim Maia y otros maltrechos artistas que hasta entonces sólo eran localizables en carísimas y raras ediciones originales en vinilo. Años antes, en 1981, mientras el gusto colectivo se constreñía al postpunk, coeditó con su amigo y confidente Brian Eno el primer disco basado en el cruce sampleado del ambient con la música anónima y primitiva africana y del Cercano Oriente, My Life in the Bush of Ghosts.

En marzo, Byrne editó su nuevo disco, American Utopia (Nonesuch, 2018). Es el séptimo que firma solo con su nombre —el anterior fue Love This Giant (4AD, 2012), a dúo con Saint Vincent—, y funciona con una mecánica perversa alimentada con la habitual ironía de Byrne, que comenzó su carrera como un niño burbuja perdido en un planeta incomprensible y ha ido saliendo de las trincheras artsy. El mensaje del nuevo álbum es: todos somos étnicos, exóticos, mansos, sin peligro alguno… Podemos ser felices así, pero quizá lo seríamos en grado superior de intentar bregar contra los supermalignos.

Con un ambicioso plan de promoción —actuaciones en todo el mundo, con tres paradas cercanas —Madrid, 10 de julio, Noches del Botánico; Bilbao, el 13, BBK Live, y Barcelona, el 14, Festival Cruilla—, el espectáculo es un montaje que ha sido recibido con reacciones admirativas, desde comparaciones con la puesta en escena casi desnuda de las películas más sobrias de Godard hasta una advertencia necesaria para quien entienda el título como un sueño de melaza sobre la realidad de los EE UU. Estamos en la más impenetrable oscuridad, dice Byrne, quien, antes de acabar cada show, canta con sus once músicos la poderosa elegía percusiva Hell You Talmbout, de Janelle Monáe, un listado de todos los afroamericanos muertos a tiros por la policía o los vigilantes armados que defienden a la mayoría anglosajona en una guerra racial larvada y, al parecer, con un tonelaje de sangre y vísceras que no dejará de aumentar.

David Byrne – Hell You Talmbout [Janelle Monáe cover] (Houston 04.28.18)

Intentando dilucidar cómo salir de la profunda crisis de carencia de humanismo, la más honda de la edad moderna, Byrne se pregunta si nos equivocamos sobre cómo podemos ser y comportarnos unos con otros ¿Es posible un nuevo comienzo, empezar de cero?, se pregunta. “Estoy tan desconcertado como cualquiera de nosotros, no tengo recetas ni respuestas seguras, pero siento que no soy el único que pregunta… Estoy dispuesto a aferrarme a un mínimo de esperanza, a no sucumbir completamente en la desesperación o el cinismo. No es fácil, pero la música ayuda”, dice en la declaración de principios sobre el disco. La pieza es la aportación personal del músico a Reasons To Be Cheerful (Razones para ser feliz) —título tomado del rapeo cockney del adorable espástico Ian Dury (1942-2000)—. Se trata de una serie de iniciativas personales o colectivas, ideas concretas o abstracciones filosóficas, que Byrne recoge desde 2015 para intentar elaborar un inventario de opciones, entre ellas “el solaz de la canción”, que puedan ayudarnos a superar este momento crucial.

Hay un espíritu inventivo y una sensación de que la gente puede reinventarse a sí misma, que se remonta a De Tocqueville, y la idea de que los EE UU podrían ser otro país”, declara el músico al New York Times. Con las amenazas de varios jinetes apocalípticos —la desesperación, la desigualdad, la violencia, la epidemia de psicopatía…— se hace necesario inocularnos con armaduras defensivas, opina este hijo de tres naciones: nació en Escocia, creció en Canada y llegó a la adolescencia en los EE UU (consiguió la green card que da derecho al permiso de residencia en 2012), donde estudió arte, leyó mucho, aprendió a tocar una docena de instrumentos —algunos, como la armónica, ya los dominaba desde los cinco años— y estuvo dónde y cuando era necesario estar: en la babilónica gran ramera de Nueva York en la segunda mitad de los años setenta.

Su banda, Talking Heads, era la menos cazurra del no wave, pero también la más peligrosa. Los Ramones tenían pinta de malos de tebeo, a Television los adormecían los opiáceos, Blondie prefería las drogas de diseño, pero sospechabas que bajo la ropa de lechuguinos y los bailes Asperger, los jovencitos de Byrne escondían instrumental quirúrgico muy afilado. Deseaban trepanarte.

Talking Heads – Psycho Killer (montaje de varios conciertos, 1975-1982)

American Utopia es un show admirable con coreografía de Annie-B Parson, posmoderna directora de escena y danza que ya había preparado para Byrne y el pionero del big beat Fatboy Slim el proyecto Here Lies Love (Nonesuch, 2013), una opereta sobre la autócrata filipina Imelda Marcos. En el nuevo montaje —con inspiración en el juego infantil de bloques del no-decorado del documental Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984)— la escena está vacía y se prolonga hacia todo el recinto de los conciertos: se trata de un “espectáculo desatado”, sin un solo cable, tarima o trípode. Los actores-músicos, seis de los cuales son percusionistas, están uniformados con trajes idénticos, grises  y de lineas rectas, atavíos muy menonitas del japonés Kenzo. Para humanizar la idea de uniformidad, todos se desplazan descalzos. Con los instrumentos en arneses colocados en el interior del vestuario, Byrne y su troupe parecen una comparsa de carnaval, un séquito sonriente ajeno a la tensión nerviosa que el artista irradiaba en el pasado.

Excepto el viejo camarada Eno —que figura como coautor de las canciones y responsable de las tramas rítmicas—, en el montaje de este año los músicos son recién llegados al plantel. “Todos tienen nombres raros, como los DJ”, dice Byrne con nada aviesa mordacidad. Entre su banda se encuentran músicos de la escena neoyorquina como el brasileño Mauro Refosco (del grupo Forro in the Dark) y Aaron Johnston (baterista de Brazilian Girls). La producción fue compartida con Mattis With (28 años), músico y ejecutivo de Young Turks, el estudio británico de  representación de músicos del que han emergido en los últimos años Oneohtrix Point Never, Sampha, the xx y  FKA twigs; Rodaidh McDonald (King Krule, Kanye West, Adele…), y Patrick Dillett (Matthew E White, Sufjan Stevens, Anna Calvi… ). Los tres podrían ser hijos de Byrne por edad y comparten adoración por los Talking Heads.

David Byrne y su grupo interpretan en directo ‘Everybody’s Coming to My House’ en el show de Stephen Colbert

Los productores trabajaron sin verse las caras. Enviaron a algunos de sus músicos de confianza las bases rítmicas que había construido previamente Eno y dieron una sola instrucción: “Convierte esto en una canción nueva pero manteniendo la estructura”. Los jóvenes colaboradores reenviaron maquetas que Byrne y McDonald cribaron y volvieron a remitir a los ejecutantes con algunas instrucciones más precisas. Los productores intentaron aplicar en la mezcla final la misma idea del collage del expresionismo estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Suelen referirse en concreto al dibujo de Willem de Kooning que Robert Rauschenberg “borró intencionadamente” en 1953 y titulo De Kooning borrado por Rauschenberg, una obra que sería indescifrable de no contar con una etiqueta con autoría.

American Utopia, como el lienzo en el que se cruzan los dos maestros expresionistas, elude las respuestas fáciles. ¿Destrucción u homenaje?, ¿provocación o parricidio?, ¿humor o cara dura?… Se trata de un disco que admite la oscuridad y, mediante fórmulas complejas, intenta mostrar alternativas a la desesperación que nos amenaza. El show es, pese a la aparente desnudez técnica, complicado y fresco, alejado de las soluciones fáciles. Byrne ya no es el ideal del hombre alienado que se defiende mediante el aislamiento. Ahora juega el papel de una persona cálida, sonriente, con aire de personaje civilizado, de vodevil pero no fracturado. “Casi siempre estoy contento, pero aún conservo cierta capacidad de cinismo y pesimismo, sobre todo en política”, precisó en una declaración distribuida para promocionar la gira.

Habituados a ver a este gran creador como un paciente de hipnosis, estamos ahora frente a un hombre contra el que chocan impulsos reparadores que han rebajado la excentricidad para entregarnos a ataques de felicidad electro-funk y sorpresas redentoras en un mundo al que consideramos vacío acaso sin motivos sólidos. American Utopia es como una merienda en el campo, un juego de amor en el sofá o un rechazo de plano de la vida agorafóbica que nos quieren imponer desde la sala de máquinas de la explotación.

No es un disco sobre las pesadillas que Trump inocula en el ideario colectivo como posibles episodios de Looney Tunes con nosotros como protagonistas. Pero, por las venturas del azar, el nuevo disco de David Byrne, siempre alerta como un boy scout social, parece escrito una noche antes, ayer, es decir, ahora, en la temible oscuridad de este final de los tiempos... 
  
American Utopia es el primer disco en solitario en catorce años del juglar de la alienación contemporánea y la constante alerta roja mental. Tienes que pellizcarte y creer que las canciones —sí, el número es el único que las matemáticas admiten en casos preceptivo-religiosos: diez, un decálogo de mandamientos— fueron, como asegura Byrne, escritas en vísperas de la osadía que la facción ganadora de los electores de los EE UU cometió: entregar las riendas al más loco de la carreta. Es decir, además de fino comentarista, Byrne es también un profeta.

Tres ejemplos del paisaje de letanías de pista de circo que dibujan las letras de American Utopia sobre un oscilante electro funk  montado sobre las bases rítmicas del infalible Brian Eno:

1. Somos perros en nuestro propio paraíso, en un parque temático propio / Bailarinas que cumplen con su deber, perritos soñando todo el día.
2. Una cucaracha puede comerse a la Mona Lisa / El Papa le importa una mierda a un perro / Los elefantes no leen los diarios / El beso de un pollo es caliente / Y la polla de un burro también / ¿Qué se siente siendo una mosca en el bosque del amor? / Cada día es un milagro / Cada día es un recibo impagado.
3. Solamente somos turistas en esta vida / Solo turistas, pero el panorama es hermoso.

Ante las actuaciones de Byrne en España tras un clamoroso triunfo en otros países de Europa, la playlist incluye todas las canciones del nuevo disco, uno de los más intensos en lo que va de año.

Intercaladas aparecen variadas piezas de cuatro décadas de carrera como líder de los Talking Heads; promotor de discos de muchos rincones de planeta —aunque siempre con condiciones preventivas (“no creo en la world music, se ha convertido en canciones exóticas para que los restaurates facturen más”)— y colaborador de cualquier proyecto inteligente y abrasivo. Aquí aparecen, entre otros, Marisa Monte, Celia Cruz, Fatboy Slim, Caetano Veloso y Selena

Playlist

1. David Byrne – I Dance Like This
00:00:08
2. David Byrne - The Great Intoxication
00:03:37
3. David Byrne – Gasoline And Dirty Sheets
00:07:18
4. Talking Heads – Heaven
00:10:33
5. David Byrne - Everyday Is a Miracle
00:14:26
6. Talking Heads – Fela's Riff (Unfinished outtake)
00:19:09
7. David Byrne - Dog's Mind
00:24:17
8. Mariza Monte & David Byrne - Waters of March
00:26:41
9. David Byrne – This Is That
00:29:48
10. David Byrne – Marching Through the Wilderness
00:34:05
11. David Byrne – It's Not Dark Up Here
00:38:33
12. David Byrne – The Cowboy Mambo
00:42:40
13. David Byrne – Bullet
00:46:14
14. David Byrne & St. Vincent - I Should Watch TV
00:49:19
15. David Byrne - Doing The Right Thing
00:52:22
16. David Byrne & Celia Cruz - Loco de Amor
00:55:58
17. David Byrne - Everybody's Coming To My House
00:59:40
18. David Byrne & Selena - God's Child
01:03:02
19. David Byrne – Here
01:07:10
20. Caetano Veloso & David Byrne – Nothing (But Flowers)
01:11:18

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