Folklore esdrújulo

José Manuel Gómez Gufi. Publicado el 31 de julio de 2015

 

Las posibilidades de trabajar con el folklore son infinitas. Hay gente que aún cree que las tradiciones son inmutables que hay que preservar el canto de los abuelos tal y como ellos lo hicieron. Pensar en la cultura popular como algo innerte que puedes encerrar en una urna es absurdo. Pongamos el caso de Toumani Diabaté, más de setenta generaciones (siete siglos) tocando la kora y Toumani la toca distinto de su padre y su hijo Sidiki la toca diferente a Toumani. Trasladado el asunto al flamenco de Jerez recordamos a Manuel Morao, Moraito Chico y Diego del Morao. Tres generaciones de la guitarra, tres creadores indiscutibles. Mismo tronco, diferentes ramas.

El flamenco en Aragón es un hecho indiscutible. Y así nos encontramos ante la Orquesta Popular de La Magdalena un proyecto en el que han colaborado más de 40 músicos y que tiene su centro en el barrio de la Magdalena del centro de Zaragoza. El colectivo ha grabado un disco desconcertante llamado Flamenco Diásporo que contiene hallazgos que podemos considerar vitales. Con la dirección musical de Alberto Gambino el escenario de Sallent se llenó de la historia de la música zaragozana. Cantaores como David Tejedor que realizó una intensa versión flamenca de La llorona, la guitarra de Rubén Jiménez, el cajón de Constancio (que formó parte del combo rumbero los Combays), el saxo de Santiago del Campo (líder de Los Especialistas), la bandurria de Sergio Asó, la voz jotera de Beatriz Bernard, Dj Pendejo a los platos y Loncho en las rimas de una rumba de mercadillo que sonó como candidata a canción “aceptable” del verano.

De vez en cuando tienes sobresaltos, están cantando unas alegrías de Cádiz con su tirititrán y de pronto Beatriz Bernard se pone en jarras y lanza una jota de aquí te espero que recibe el público aragonés con más gozos que sombras. Ya lo había avisado Alberto Gambino y el eminente musicólogo Faustino Núñez (que las alegrías vienen de las jotas) pero -¡Caramba!- será por la falta de costumbre (o de tradición) que estas cosas te dejan las orejas tiesas en el mejor de los sentidos. Sobre el escenario había quince músicos así que es probable que el colectivo funcione más como un laboratorio de ideas y sentimientos a que lleguen a girar por el mundo mundial. Dejaron un buen sabor de boca, como el vino de la tierra.